El Evangelio de hoy (Lc 11,27-28):
✠
EN aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo:
«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».
Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Textos para profundizar:
489. A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
104. En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
Concilio Vaticano II. Dei verbum:
2. Agradó a Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9), en virtud del cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo hecho carne, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y llegan a ser partícipes de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 Pe 1,4). Así pues, por esta revelación, el Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido por su desbordante caridad, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,ll;Jn 15,14-15) y trata con ellos (cf. Bar 3,38), para invitarlos a la comunión consigo y recibirlos en ella. (Concilio Vaticano II. Dei verbum 2).
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Nuestra Señora del Pilar, ruega a Dios por nosotros y enséñanos a orar y a cumplir Su Palabra.
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María, Tú eres mi Madre y Maestra, te ruego me enseñes a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica.
Ayúdanos a todos a aprender a dialogar con Dios, pero sobre todo a escucharle, a orar con el corazón, en quietud y silencio, como Tú.
Renuevo mi consagración a Tu Inmaculado Corazón.
La Paz del Señor.