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4) El combate espiritual / Ejercicios Espirituales Cuaresma 2023


Textos para profundizar


Génesis 32, 23-31:


«Todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos, y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía. Y Jacob se quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él. El hombre le dijo: «Suéltame, que llega la aurora». Jacob respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas». Él le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Contestó: «Jacob». Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido». Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre». Respondió: «¿Por qué me preguntas mi nombre?». Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».


Efesios 6, 12:


«Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire».


Gálatas 5, 16-17:


«Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais».


Catecismo de la Iglesia Católica 2015-2016:


«El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas (...) «En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el “espíritu” y la “carne”. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual».».


Benedicto XVI. Catequesis sobre la oración, 25 mayo 2011


Introducción

«Queridos hermanos y hermanas:

»Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre un texto del Libro del Génesis que narra un episodio bastante particular de la historia del patriarca Jacob. Es un fragmento de difícil interpretación, pero importante en nuestra vida de fe y de oración; se trata del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboc.


Un combate misterioso en la noche y la oscuridad

»La noche es el tiempo favorable para actuar a escondidas, por tanto, para Jacob es el tiempo mejor para entrar en el territorio de su hermano sin ser visto y quizás con el plan de tomar por sorpresa a Esaú. Sin embargo, es él quien se ve sorprendido por un ataque imprevisto, para el que no estaba preparado. Había usado su astucia para tratar de evitar una situación peligrosa, pensaba tenerlo todo controlado y, en cambio, ahora tiene que afrontar una lucha misteriosa que lo sorprende en soledad y sin darle la oportunidad de organizar una defensa adecuada.

»Inerme, en la noche, el patriarca Jacob lucha con alguien. El texto no especifica la identidad del agresor (...) mantiene al asaltante en el misterio. Reina la oscuridad, Jacob no consigue distinguir claramente a su adversario; y también para el lector, para nosotros, permanece en el misterio.

»El episodio tiene lugar, por tanto, en la oscuridad y es difícil percibir no sólo la identidad del asaltante de Jacob, sino también cómo se desarrolla la lucha.


El don de la bendición divina, conocer el nombre, rendirse ante Dios

»(El personaje misterioso) le pide (a Jacob) que lo deje ir; pero el patriarca se niega, poniendo una condición: «No te soltaré hasta que me bendigas» (v. 27). Aquel que con engaño le había quitado a su hermano la bendición del primogénito, ahora la pretende del desconocido, de quien quizás comienza a vislumbrar las connotaciones divinas, pero sin poderlo aún reconocer verdaderamente. El rival, que parece detenido y por tanto vencido por Jacob, en lugar de acoger la petición del patriarca, le pregunta su nombre: «¿Cómo te llamas?». El patriarca le responde: «Jacob» (v. 28). Aquí la lucha da un viraje importante. Conocer el nombre de alguien implica una especie de poder sobre la persona, porque en la mentalidad bíblica el nombre contiene la realidad más profunda del individuo, desvela su secreto y su destino. Conocer el nombre de alguien quiere decir conocer la verdad del otro y esto permite poderlo dominar. Por tanto, cuando, a petición del desconocido, Jacob revela su nombre, se está poniendo en las manos de su adversario, es una forma de rendición, de entrega total de sí mismo al otro. Pero, paradójicamente, en este gesto de rendición también Jacob resulta vencedor, porque recibe un nombre nuevo, junto al reconocimiento de victoria por parte de su adversario, que le dice: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido» (v. 29).


Conclusión para nosotros: perseverancia en el combate de la oración

»El episodio de la lucha en el Yaboc se muestra al creyente como texto paradigmático (...) como afirma también el Catecismo de la Iglesia católica, «la tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia» (n. 2573). El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad, fruto de conversión y de perdón.

»La oración requiere confianza, cercanía, casi en un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que parece inalcanzable. Por esto el autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea.

»Queridos hermanos y hermanas, toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se ha de vivir con el deseo y la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que se debe recibir de él con humildad, como don gratuito que permite, finalmente, reconocer el rostro del Señor. Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios.


San Juan de la Cruz, Poema de la Noche oscura


1. En una noche oscura, | con ansias, en amores inflamada, | ¡oh dichosa ventura!, | salí sin ser notada | estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura, | por la secreta escala, disfrazada, | ¡oh dichosa ventura!, | a oscuras y en celada, | estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa, | en secreto, que nadie me veía, | ni yo miraba cosa, | sin otra luz y guía | sino la que en el corazón ardía.

4. Aquésta me guiaba | más cierto que la luz de mediodía, | adonde me esperaba | quien yo bien me sabía, | en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste! | ¡oh noche amable más que el alborada! | ¡oh noche que juntaste | Amado con amada, | amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido, | que entero para él solo se guardaba, | allí quedó dormido, | y yo le regalaba, | y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena, | cuando yo sus cabellos esparcía, | con su mano serena | en mi cuello hería | y todos mis sentidos suspendía.

8. Quedéme y olvidéme, | el rostro recliné sobre el Amado, | cesó todo y dejéme, | dejando mi cuidado | entre las azucenas olvidado.


San Carlos de Foucauld, Oración de abandono:


«Padre mío, me pongo en Vuestras manos; Padre mío, me confío a Vos; Padre mío, me abandono a Vos; Padre mío, haced de mí lo que os plazca; sea lo que sea lo que hagáis de mí, os lo agradezco; gracias por todo; estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; os doy gracias por todo, con tal que Vuestra voluntad se haga en mí, Dios mío; con tal que Vuestra Voluntad se haga en todas Vuestras criaturas, en todos Vuestros hijos, en todos aquellos a los que ama Vuestro Corazón, no deseo nada más, Dios mío; pongo mi alma en Vuestras manos; os la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque os amo, y para mí es una necesidad de amor el darme, ponerme en Vuestras manos sin medida; yo me pongo en Vuestras manos con infinita confianza, porque Vos sois mi Padre».













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